lunes, 7 de mayo de 2012

Momentos que valen la pena


Ronnie O’Sullivan ha ganado el Campeonato del Mundo de sonooker, 2012, venciendo a Ali Carter por 18-11.

Será una noticia extraña para mucha gente; pero la espectacularidad e idiosincrasia  del nuevo campeón despertaron mi afición por esta modalidad de billar. Desde entonces, busco siempre en el Eurosport, la retransmisión de los torneos.

Más noticias. El Real Madrid ha ganado, por fin, al Barcelona, esta Liga de Fútbol de dos con dieciocho invitados de piedra. Enhorabuena. Y enhorabuena también a los madridistas razonables repartidos por el mundo.

Pocos días antes, y en apenas veinticuatro horas, ambos perdieron las semifinales de la Liga de Campeones evitando que se produjera, en el ámbito europeo, uno más de los clásicos enfrentamientos de eternos rivales necesarios.

Me ocurrió algo divertido, relacionado con esto. El día que el Madrid jugaba su partido contra el Bayern de Munich, debí coger el metro. Línea 1. Tranquilidad absoluta, con mi librito, hasta llegar a Antón Martín. Y, de pronto, la marabunta.

Justo enfrente del vagón donde me encontraba, esperaba una marea de chicos, con bufandas, alguna gorra y camisetas rojas (o blancas y rojas) que, al entrar, invadieron todo el espacio. La policía antidisturbios, con cascos incluidos, les acompañaba y contemporizaba con ellos amablemente en inglés.

Nos animaron el trayecto con sus cánticos de euforia, provocando sonrisas en el resto de los viajeros, alguno de los cuales –imagino-, tendría su corazoncito con el equipo contrario. Me dio (casi) un poco de pena mi falta de afición hacia este deporte: nunca podré sentir tanta alegría compartida por la esperanza de una victoria.

Al llegar a la estación de Tribunal abandonamos el metro. Ellos siguieron hacia su destino (imagino que el estadio), conducidos por la policía tan mansamente como ovejas. Les deseé good luck  y continué mi camino.

Mi camino, aquella tarde, pasó por una perlita de concierto y terminó en un restaurante. Mari Mon y yo, huyendo precisamente del fútbol, encontramos uno, pequeñito y tranquilo, que no tenía televisión. Compartiendo una cena exquisita, nos dimos un homenaje, brindamos por nosotras y charlamos dilatadamente de nuestras cosas. Cuando llegamos al coche eran las once y cuarto. Al día siguiente había que trabajar.

Se me ha olvidado el mal humor del despertar. Pero tardará en desaparecer el tranquilo recuerdo de la charla compartida entre un bocado de rape y uno de bacalao.

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