Ronnie O’Sullivan
ha ganado el Campeonato del Mundo de sonooker, 2012, venciendo a Ali Carter por
18-11.
Será una
noticia extraña para mucha gente; pero la espectacularidad e idiosincrasia del
nuevo campeón despertaron mi afición por esta modalidad de billar. Desde
entonces, busco siempre en el Eurosport, la retransmisión de los torneos.
Más noticias.
El Real Madrid ha ganado, por fin, al Barcelona, esta Liga de Fútbol de dos con
dieciocho invitados de piedra. Enhorabuena. Y enhorabuena también a los
madridistas razonables repartidos por el mundo.
Pocos días
antes, y en apenas veinticuatro horas, ambos perdieron las semifinales de la
Liga de Campeones evitando que se produjera, en el ámbito europeo, uno más de
los clásicos enfrentamientos de eternos rivales necesarios.
Me ocurrió algo
divertido, relacionado con esto. El día que el Madrid jugaba su partido contra
el Bayern de Munich, debí coger el metro. Línea 1. Tranquilidad absoluta, con
mi librito, hasta llegar a Antón Martín. Y, de pronto, la marabunta.
Justo enfrente
del vagón donde me encontraba, esperaba una marea de chicos, con bufandas,
alguna gorra y camisetas rojas (o blancas y rojas) que, al entrar, invadieron
todo el espacio. La policía antidisturbios, con cascos incluidos, les
acompañaba y contemporizaba con ellos amablemente en inglés.
Nos animaron el
trayecto con sus cánticos de euforia, provocando sonrisas en el resto de los
viajeros, alguno de los cuales –imagino-, tendría su corazoncito con el equipo
contrario. Me dio (casi) un poco de pena mi falta de afición hacia este
deporte: nunca podré sentir tanta alegría compartida por la esperanza de una
victoria.
Al llegar a la
estación de Tribunal abandonamos el metro. Ellos siguieron hacia su destino
(imagino que el estadio), conducidos por la policía tan mansamente como ovejas.
Les deseé good luck y continué mi camino.
Mi camino, aquella
tarde, pasó por una perlita de concierto y terminó en un restaurante. Mari Mon y yo, huyendo precisamente del
fútbol, encontramos uno, pequeñito y tranquilo, que no tenía
televisión. Compartiendo una cena exquisita, nos dimos un homenaje, brindamos
por nosotras y charlamos dilatadamente de nuestras cosas. Cuando llegamos al
coche eran las once y cuarto. Al día siguiente había que trabajar.
Se me ha olvidado
el mal humor del despertar. Pero tardará en desaparecer el tranquilo recuerdo de
la charla compartida entre un bocado de rape y uno de bacalao.
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