Hoy he estado en el cine, con Mercedes, Carlos y María, viendo Un dios salvaje, de Roman Polanski.
Es un drama con momentos, muy puntuales, cómicos por lo absurdo. Básicamente, la historia tiene lugar en un solo espacio físico -y cerrado, además-, lo que aumenta la sensación de claustrofobia psicológica. Es una película de diálogos continuados, que nos llevan de un tema a otro sin solución de continuidad y que, en muchas ocasiones, nos gustaría volver a escuchar para poder asimilar todo lo que han querido (de verdad) decirnos.
A raíz de una pelea (normal) entre dos niños, los padres de ambos intentan ponerse de acuerdo sobre cómo deben actuar ellos y sus hijos.
Este hecho baladí es la excusa para hablarnos sobre las diferencias entre la imagen que cada uno tiene de su pareja y la realidad; de cómo el alcohol o el estado de excitación (que vendrían a ser lo mismo), nos hace sacar nuestro auténtico yo; de cómo nos cuesta aceptar que nuestro hijo sea culpable, si el de los demás es inocente; de las diversas maneras de entender la culpa y la responsabilidad.
Me parece absolutamente recomendable.
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