Esta mañana mientras el arroz y el
bonito con tomate hacían chup chup en la cazuela me he acordado de ti; no es
que no te recuerde habitualmente, pero esta vez era distinto, aparecían y desaparecían
imágenes sin control y me he preguntado qué pensarías si hubieses vivido este
presente.
En ese momento he decidido que no podía
responder a eso, pero sí que podría contarte algunas cosas sucedidas desde que
te fuiste. Ahora que me pongo a ello sólo se me ocurren detalles estúpidos así
que voy a dejarme llevar.
Lo primero que quiero contarte es que le
compré a mi madre el móvil que tanto te preocupaba; eso nos facilitó el
contacto aunque no cambió la comunicación. Me quedé con tu aparato de música y con
sus canciones y aún ahora de vez en cuando descubro alguna que no estaba pero
que sé que te habría gustado. No las escucho muy a menudo, pero me tranquiliza
saber que están.
Tus nietos, los que conociste, se han
hecho adultos y son personas a las que tratar de tú a tú. Y, sí, Guillermo te
dio la razón y ha llegado a ser el más alto de la familia; sólo tú creías en ello
y todavía siento que no tuvieras la satisfacción de comprobarlo. Es alto y flaco
como mi abuelo, como mi hermano y como Narciso. ¡Ah, Narciso! si te contará;
pero eso me lo reservo.
Mi madre siguió tus pasos poco después
de que te fueses y yo me desvinculé del pueblo; sólo me queda de aquello una
parte de tu corral cada vez más hundido, recuerdos, y cierta añoranza puntual y
superable, no sé si de las circunstancias o del tiempo que se fueron. Es
posible que de ambas.
Después otros siguieron vuestro camino.
Luis, tu colega de muchas tardes de merienda en la bodega. Y Benito que en
algunos aspectos tanto se me parecía a ti; hasta su último verano siguió yendo
a dar de comer a los gatos; después de él, la Roni, que te había echado de
menos, también desapareció.
Diego, el hijo de Desi, soltó las
amarras y vendió la casa, pero la compró mi hermano así que casi se podría
decir que todo queda en familia. A mí me dio mucha pena.
Pero no todo son noticias melancólicas. Tienes
dos nuevos nietos, una niña que nació el mismo año que nos dejaste y un niño,
tres años menor. De momento, ellos han sido los últimos en llegar y de momento
son la inocencia en nuestro mundo de adultos.
En cuanto a mí, ¿te acuerdas que siempre
decías que si se hundía la casa no me pillaría debajo? Yo me reía y te contestaba
que a alguien debía parecerme. Entonces te reías tú. Ahora no me reconocerías.
También afirmabas, con tu sabiduría
vital y acientífica que no hay bisiesto bueno; si estuvieras aquí sin duda te
habrías reafirmado en tu idea porque este está siendo, literalmente, desastroso.
El mundo se ha llenado de miedos no todos cuantificables ni visibles; todos
profundos, intensos, diversos, distintos, nuevos. A veces cuesta verlos porque
forman parte de la manera en que hablamos, de los temas que manejamos, de las
lejanías que buscamos, del ocio que no disfrutamos, de las opciones propuestas,
de la soledad que compartimos, del aislamiento inducido.
Sé que estoy siendo poco explícita y
seguro que entenderías mejor los detalles concretos, pero no me apetece entrar
en ellos porque son demasiados para una misiva y porque tampoco me apetece hacer
examen de conciencia, así que tendrás que conformarte con creerme si te digo
que no recuerdo la última vez que tomé un café en un bar. Sólo podría afirmar
que debió ser un día cualquiera del mes de marzo de este bisiesto.
¡Ah, se me olvidaba! Durante estos años
he tenido una pesadilla recurrente y como estoy convencida con razón o sin ella
de que los sueños que se repiten quieren decirnos algo, te la voy a contar. Los
detalles puntuales variaban, pero siempre aparecías desde muy lejos de manera
real o metafórica, siempre eras muy muy viejo, estabas en unas condiciones
físicas desastrosas y, al final, te morías. En ese momento me despertaba con el
corazón descontrolado.
La última vez no llegaste a morirte y yo no he vuelto a
tener el sueño. Tampoco he conseguido intuir qué parte de mí estaba manifestando,
por eso creo que volverá.
Bueno Orejas, a muy grandes rasgos, este
es el resumen de los últimos ocho años y medio, o al menos, esto es lo que me
ha apetecido resumirte. Tal vez otro día me dé otra ventolera y te cuente más
cosas. Nunca se sabe.
Mientras tanto, te mando un abrazo
imposible, como todos los abrazos en este anómalo y atolondrado presente que se eterniza.
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