Los hospitales
son lugares donde sanar. También donde morir de mil maneras diferentes, pero
eso no viene al caso.
No son la
alegría de la huerta, y como nadie ha propuesto (de momento) la celebración en
sus dependencias de fiestas sin reserva del derecho de admisión, los pisamos
cuando no nos queda otra, unas veces por enfermos y otras como visitantes por
necesidad (intrínseca o extrínseca, eso tampoco viene al caso).
En esta última
tesitura, aparte de nuestra presencia y buena compañía (se supone), nuestra
charla y nuestra mejor disposición, no es raro que seamos portadores de un pequeño
detalle de buena voluntad que alegre la frialdad del lugar y las circunstancias
o ayude a pasar el tiempo dilatado sin explicación y sin remedio: una revista,
un libro, un cuadernillo de crucigramas, una sopa de letras, unas flores, unos
bombones, algo dulce.
¿Bombones? ¿Algo
dulce? Sepa usted que si se presenta con regalo semejante está cometiendo una
aberración. No importa el grado de afinidad de su amigo, su conocido, su familiar, o lo que quiera
que sea suyo, con este tipo de alimentos, ni si tiene hipoglucemia crónica y su índice de masa
corporal es más bajo de lo recomendable, porque las estadísticas dicen que el
porcentaje de obesos es del no sé cuántos por ciento, su media continúa subiendo,
y el azúcar es uno de los máximos responsables.
En el caso
probable de que sea usted un desafortunado con múltiples experiencias en esto
de las visitas hospitalarias, conocerá sobradamente las propiedades paliativas
contra los malos pronósticos o el aburrimiento de una chocolatina, una bolsita
de patatas fritas, un paquetito de galletas, o un café con azúcar conseguidos en la máquina
del pasillo a altas horas de una noche de insomnio.
Olvídelo.
Olvídese del pasado.
Está en
un templo de la salud, y precisamente por eso usted no es usted. Usted es una gran
mayoría estadística que pasa olímpicamente de su altura, su peso y la relación entre ellos; de sus
específicos datos físicos (no digamos de los psicológicos), sus genuinos gustos y su capacidad de cuidar
de usted mismo.
Usted es un
niño mimado al que ante todo conviene evitar la ocasión del pecado. Por eso,
para facilitarle su ejercicio de buen chico, el menú disponible en su próxima
visita a la máquina expendedora consistirá en frutas, ensaladas (sin sal y sin
aceite se supone, aunque la cosa no está clara de momento), zumos sin azúcar y
productos lácteos bajos en calorías.
Los
caprichitos que endulzan la vida y sus circunstancias tendrán que esperar hasta su salida del
hospital.
Si puede
pagarlos.
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