lunes, 1 de febrero de 2016

Epílogo

Mañana se cumplirá una semana desde nuestro retorno de Berlín. Ese es el tiempo que he dejado pasar mientras pensaba que quería escribir esta entrada de cierre sin decirme a ponerme a ello.

Hasta ahora.

Una vez rellena la casilla, queda el reposo de la experiencia, subsanar aquí omisiones y posibles olvidos y cerrar la narración de la historia para no resultar pesada.

Al final encontramos el momento de pasear entre el Memorial del Holocausto. Impresiona. E intimida.

En la visita guiada nos habían contado que preguntado el autor, Peter Eisenman, en una entrevista, sobre el significado de esos 2 711 bloques de hormigón, no había dado ninguna respuesta. Yo creo que no la hay. Jordi y yo comentamos que probablemente se le pueden dar al monumento un millón de interpretaciones y todas correctas. ¿La omnipotencia del Estado sobre al individuo? ¿El orden absoluto frente a la razón? ¿La imposibilidad de salirse de los caminos trazados? ¿La sinrazón de las vías únicas?¿El peligro de crear monstruos que nos superan? ¿Lo definitivo de la muerte? ¿La impotencia del ser humano en último término?

Me quedaba pendiente hablar de (mejor, escribir sobre) la vuelta.

Mi avión tenía previsto el despegue a las 10:45 de la mañana; el de Jorge, media hora más tarde.

La noche previa, en nuestros paseos sin rumbo y sin frío, nos preocupamos por mirar la combinación que nos llevarían hasta el aeropuerto, y en dejar decidido el horario de tren que mejor se acomodara al del avión y a la vez nos permitiera madrugar lo justo. En estos tuvimos un pequeño desacuerdo, Jorge proponía el posterior y yo el anterior. Al final, cedí.

Nos levantamos y cogimos el ferrocarril a la hora prevista. La normalidad llegó hasta ahí, luego comenzó la aventura.

La línea férrea que por la que debíamos circular hasta el aeropuerto estaba averiada y las consecuencias fueron, por este orden:

  1. El tren terminó su recorrido bastante antes de nuestro destino. Descendimos.
  2. Dos transbordos. Por fortuna, los transportes públicos alemanes funcionan muy bien, son muy puntuales y no gastamos demasiados minutos en el intento.
  3. El que se suponía iba a ser el último tren, comenzó de pronto a circular a una velocidad tal que andando hubiésemos avanzado más.
  4. Mientras tanto llegaron los nervios; y dadas las circunstancias idénticas de los allí presentes, aparecieron los comentarios. Descubrimos que de los vecinos de asientos, uno esperaba subir al mismo avión que yo, otro al mismo que Jorge, y la pareja de viejitos pretendía volver a Bolonia y guardaba un as en la manga. La señora era alemana de origen, hablaba alemán y podía traducirnos los comentarios enlatados de la megafonía, lo que en esas circunstancias era un lujo. Por supuesto, nos pegamos a ella como lapas.
  5. Informé a Jorge (con no demasiados buenos modales, me temo) de que si yo perdía el vuelo él permanecería conmigo, porque no estaba dispuesta a quedarme en Berlín, sola, y con mi inglés de OK y poco más.
  6. La citada señora nos comunicó que la megafonía del tren «informaba de que debíamos bajarnos», también, de este nuestro tercer tren.
  7. Esperamos en el andén. Pasó uno… de largo. Pasó otro… y pudimos subir.
  8. Nuestro enésimo tren nos dejó en la estación del aeropuerto a las 10:50.
  9. En las pantallas informativas del recorrido a pie nos enteramos de que mi avión estaba retrasado por la enésima huelga de los controladores aéreos franceses. Aunque no tengo el placer de conocer a ninguno, les di gracias mentales a todos.
  10. A esas alturas era Jorge quién debía darse prisa, porque los pasajeros de su vuelo ya estaban embarcando así que, una vez cruzado el control de pasaportes, cogió sus cosas y me dijo ciao mamma, busca la puerta de embarque. 
       Llegué a Madrid a las 15:30.

Para finalizar, tres fotografías.

¿Y si a Ándersen se le hubiese ocurrido el cuento
mientras contemplaba un estanque?

Las de esta campana deber de ser las dos únicas
cruces gamadas legales de toda Alemania. 


Al volver del puente de los espías encontramos este cartel
en una valla en perfecto castellano, acento incluido.
El café no se intuía por ningún lugar. Lástima que la foto salió mal.

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