Desde el sábado,
en tres días, he escuchado en la radio más música en francés que en toda mi
vida anterior. Y hace muchos años que soy oyente habitual, aunque selectiva, de
este medio de comunicación.
Desconozco por
completo la lengua francesa, pero aunque no pueda entenderla me gustan sus
sonidos y sus canciones, motivo por el que me produce tristeza que únicamente tras
una masacre los recuerden aquellos que programan contenidos en nombre de
nuestros gustos, de sus intereses, y de una globalización que sólo incluye el
inglés.
Lamentable. Aunque nada signifique comparado con el horror de saber que 129 personas, con
sus importantes pequeñas vidas a cuestas, salieron a trabajar o a disfrutar de una velada de viernes en lo que ellos creían fuese un viernes como tantos
anteriores o posteriores, desconocedores de que el destino se les cruzaría en
una sala de conciertos, en un restaurante, paseando la calle.
Para mí, 129 desconocidos,
una noticia en los diarios, la suerte de que no nos tocó y la constatación del
sinsentido. Para muchos, 129 personas conocidas y queridas con las que seguir
compartiendo vidas, 129 esperanzas de reencuentro y al final, de madrugada, 129
cadáveres sumados uno a uno.
Por desgracia
no son los únicos.
Hay muchos más que
pasan de puntillas por los periódicos y por nuestras consciencias, sin número
exacto con el que ser recordados.
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