Aviso: esta
entrada contiene un puñado de palabras que dudo de que pasaran el filtro de la
mojigatería de Facebook y Twitter. Por lo que me toca, espero que Google sea un
poco más tolerante.
Una calle de Bruselas. Fotografía publicada en El País. 22 de noviembre de 2015 |
Mientras
Bruselas continúa atrincherada, Guillermo se aburre, Jorge se pelea con los proyectos y yo convivo con mis miedos
de madre, las noticias colaterales siguen llenando los espacios de prensa que
dejan libre la actualidad inmediata y la publicidad; por eso ayer pude
encontrar en el suplemento dominical la sección habitual de «Psicología».
Pop, añadiría
yo.
El título, La necesidad de complacer, a una que
conoce de primera mano las peleas habituales con la palabra «no», no podría por
menos que llamarle la atención.
Empecé a leer.
.
Llegué al
siguiente párrafo:
«En otras ocasiones, el sacrificio hacia los demás no presenta ni un
ápice de correspondencia. Entonces aparece la rabia, el enfado, la furia o,
incluso, la pena y la depresión profunda. En una semana he escuchado dos
historias estremecedoramente parecidas. En ambas, una mujer donaba a su marido un
riñón para salvarle la vida. En la primera historia, una vez el marido estuvo
recuperado totalmente, le fue infiel con otra mujer. En la segunda, el hombre,
ya sano, la abandonó por otra. Un desgarro doble. Sin riñón y con el corazón
roto. […] La conclusión es que si lo damos, no podemos esperar nada a cambio.
En el momento de dar (un riñón o un bolígrafo) debemos interrogarnos
profundamente sobre el motivo por el que lo hacemos. ¿Lo hacemos por el amor
que sentimos o por el que esperamos?»
La síntesis y
capacidad expresiva de dos refranes me permitieron resumir de manera automática
la situación: encima de puta poner la cama, además de cornuda apaleada; en este
último me pareció que un cambio en el orden de los adjetivos lo adaptaría mejor
a las circunstancias.
Volví atrás,
releí el párrafo, comprendí que lo había entendido a la primera y terminé el
artículo, ya sin demasiado interés.
Después pensé
que la pregunta tiene trampa
.
Los bolígrafos se
fabrican, son sustituibles y sólo necesitan un soporte para escribir; no eligen
a quién sirven, son baratos y de general disponibilidad, los regalamos y nos los regalan, los perdemos
y los encontramos; los prestamos, nos los prestan y a veces nos olvidamos de
devolverlos.
Sin embargo,
que se sepa, aún no podemos fabricar riñones, vienen de serie con cada uno, normalmente por parejas, y son ellos los que seleccionan qué cuerpos, además del
propietario natural, pueden continuar en este mundo gracias a su
funcionamiento.
Donar un riñón
es regalar una vida y su traslado implica riesgos importantes para el donante, así
que cuando alguien decide comprometerse en semejante gesta, puede que no espere
amor a cambio, pero sí al menos un poco de agradecimiento y mucho respeto.
Pensé más cosas,
pero no quiero aburrir.
También elucubré.
Metí a los
cuatro en el mismo paquete, e imaginé a dos tíos acojonados al vislumbrar a la Dama
de la Guadaña y a dos mujeres descubriendo el principio del Calvario en lo que
creían su final. Imaginé las visitas a los hospitales, los malos diagnósticos,
las caras de circunstancias.
No, no, esto no
tiene remedio… bueno, la única solución es un trasplante, pero ya se sabe… es
complicado encontrar un donante compatible… ya ha quedado inscrito en la lista
de espera…, verá, habría otra solución, un donante vivo… si lo encontrásemos
sería estupendo… después de todo, con un riñón se puede vivir perfectamente… en
estos casos, la familia… ehem… siempre es un recurso a valorar…, pero ya sabe… ¿tiene
hijos mayores de edad?... su esposa…, podría ser, pero ella y usted son genéticamente
distintos aunque… es verdad, a veces el azar juega a nuestra favor… siempre es
mejor no perder la esperanza…
A
continuación, dos conciliábulos conyugales, las dudas, y posiblemente
la decisión de las mujeres de que las vidas de sus maridos sí valían un riñón (el de ellas). Porque los cuerpos o sus componentes no se piden, se
ofrecen.
Al menos así
suele suceder entre la gente más o menos normal.
Pero cariño,
¿estás segura de que quieres hacer esto (por mí)? gracias, gracias, gracias, no
lo olvidaré, ahora estoy seguro de que podré superar esto... Tenemos que ser fuertes.
Conclusión temporalmente feliz para todos. Ellos se curarían y recuperarían, junto con la consciencia
más agobiante que nunca de la finitud del tiempo, el impulso irrefrenable de experimentar
en camas ajenas. Hasta que... lo siento mucho pero no lo puedo evitar,
después de todo es mi vida.
Sí, claro, pedazo de capullo cabrón. TU VIDA CON MI RIÑÓN, contestaría una. El silencio de la otra constataría el vacío de las palabras ante tanta vileza.
Por
fin me dediqué a soñar una venganza sin culpables, un epílogo poético para esta historia en el que la
interesante nueva vida sexual de ellos continuaría viento en popa hasta el momento indefinido en que, tras un periodo más corto que largo, en días diferentes, en hospitales diferentes, escucharan el mismo diagnóstico: RECHAZO.