Por
salud mental, hace ya tiempo que no pierdo el tiempo con noticias redundantes ni comentarios obvios, lo
que traducido significa que hace ya tiempo que no pierdo el tiempo en leer la información
política de los diarios. Lo que me llega, viene de rebote o de forma tangencial.
Sin
embargo, el periódico del domingo es uno de mis placeres habituales y
preferidos del fin de semana, un
disfrute lleno de ritos creados sólo por mí y sólo para mí a lo largo de los años, en el que
siempre encuentro dos cosas que me compensan de las malas noticias, los
pasatiempos y los articulistas.
Puedo
describir mi orden sin chuleta.
Primero
el suplemento. En las páginas iniciales, las cartas al director, el artículo de
Javier Cercas o el de Santiago Rocagliolo y el comentario de la foto de Millás;
los titulares y la selección de los artículos que me interesan; pasar de largo
por la publicidad encubierta de las páginas de moda y similares, y llegar a las
dos últimas donde me esperan Rosa Montero o Almudena Grandes, y Javier
Marías.
A
veces empiezo por el final, pero es el orden lo único que cambia.
Luego
llega el turno de los pasatiempos, también en un orden riguroso: kenkén, crucigrama,
sudoku samurái y sudoku killer. A veces, sólo a veces, el damero maldito, que
ni haciendo trampas consigo resolver siempre.
Lo
último, el periódico. Después de leer la portada, lo empiezo siempre por el
final. Manuel Vicent y la entrevista; Carlos Boyero, que no me gusta comentando
cine, pero con el que he descubierto puntos comunes de asqueo; Alex Grijelmo y
Elvira Lindo; a veces, si no escribe sobre política o no se pone demasiado
liberal, Vargas Llosa. También me entretengo en las noticias culturales, en las
de sociedad y en algunas deportivas, en las que echo de menos en los últimos
tiempos a John Carlin.
Las
secciones de economía, internacional y política nacional, ni las miro.
De
vez en cuando me regalan un suplemento especial por el mismo precio: moda niños, moda hombre, moda
mujer, o catálogos de Toysrus y El Corte Inglés, que envío directamente al cubo
de la basura del papel. Hoy también había uno.
Mujeres, así se llamaba y no era publicidad.
O tal vez sí.
Hablaba
de mujeres, de nuestra desigualdad en el mundo, del techo de cristal, de lo que les
cuesta llegar a lugares de poder, de su papel en el arte y el deporte, de todas
esas cosas conocidas. Mujeres triunfadoras, poderosas e instaladas en la élite,
que hablaban sobre los problemas de otras mujeres, pobres, perdedoras, parias.
Michelle
Bachelet, Emma Bonino, Salma Hayek, Serena Williams, Zaha Hadid, Melinda
Gates, Shakira… fuertes, luchadoras, influyentes, trabajadoras y valientes. Menos
valientes que los millones de mujeres que en este acomodado mundo occidental nuestro,
por no irnos muy lejos, pierden los mejores años de su vida en un trabajo
imprescindible que detestan.
Que
se ocupan de sus hijos, de todas las necesidades de sus hijos porque no tienen
a otras mujeres, con sueldos menos suculentos, trabajo más duro y nula
capacidad de influencia social, que se los recojan del colegio, se los lleven
al parque, se los bañen o se los duerman con un cuento. Mujeres que hagan lo que
hagan tienen mala conciencia, porque los que saben, es decir, los muchos
hombres y las pocas mujeres que han conseguido llegar a ese grado de poder que implica
influencia, les dicen que los niños necesitan pasar tiempo de calidad con sus
padres, porque en caso contrario tienen más posibilidades de andar por la mala
senda, que tienen que jugar e ir al parque, y estudiar inglés, y hacer deporte,
y leer, y no ver demasiado la televisión.
Les
dicen en definitiva que sus hijos necesitan su mucho tiempo, su mucho trabajo, su poco dinero.
Estas
mujeres también vivirán en una casa, con cristales, con muebles y con polvo. La
familia comerá, y ellas deberán hacer la compra.
Sí,
las mujeres del suplemento hablan de su poder en nuestro nombre. No
cuestiono su importancia, ni su transcendencia, ni la necesidad del cambio, pero
su mundo de triunfadoras me deja indiferente.
Prefiero
otras historias, pequeñas historias como el artículo de Almudena Grandes,
con el que puedo identificarme a través de un personaje inventado que vive encerrado
en sus íntimas limitaciones, con deseo de escape pero sin posibilidad de huida.
Pequeñas
esperanzas y derrotas cotidianas que, esas sí, nos unifican a todas.
Y
a todos.
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