Es evidente que en los últimos tiempos tengo este blog
un tanto abandonado. Se podría afirmar que estoy en el dique seco; o mejor,
haciendo un guiño al título, que me encuentro bajo los efectos de una cierta (o
segura) sequía goleadora.
Los motivos son diversos.
Escribir me lleva mucho tiempo y el tiempo disponible
es poco, y las circunstancias, en general, desfavorables. Cansancio, ruido, elementos
diversos disruptivos, falta de concentración o de ánimos, pocas ganas de concretar
el pensamiento. Detalles que suman.
La dispersión. Esta es una causa importante, porque dedico
muchas noches, viajes en transporte público, tardes de los sábados y otros
ratos perdidos a leer libros y artículos que me conducen a otros libros,
artículos y reportajes, en una sucesión sin fin que termina directamente en el
estrés.
Por supuesto los domingos el periódico sigue siendo sagrado.
La lectura constituye la cara inversa de la escritura.
La fuente principal de las ideas y la inspiración, a la que habría que añadir
la experiencia diaria de los ratos en los que camino con los ojos abiertos, las
conclusiones de mis soliloquios en la cocina, y los intercambios de opinión en conversaciones
interesantes y variadas.
En esa dispersión positiva de la que hablaba y entre
los elementos que pueden ampliar mis horizontes, tendré que añadir las visitas al
cine de los miércoles, a las que nos hemos aficionado desde que podemos
satisfacer esta afición por 3,90 euros, el curso de escritura y diversos
eventos culturales previamente programados.
Y, frente a todos estos intereses, el reloj continúa
con su propia sucesión de segundos, minutos y días, que van sumándose en semanas
y meses.
Existen además otros motivos, más subjetivos, que añadir
a las causas de la sequía; meditaciones sobre mi forma de escribir, sobre mis
motivos y mis temas, sobre la pertinencia de lo comentado, sobre las ideas que
expreso y sobre la coherencia de lo que manifiesto ante la manifiesta ausencia
de claridad en mi pensamiento. En resumen: como consecuencia de las preguntas han
aparecido las dudas. Como siempre.
Sin ser determinante ninguno de ellos, dos hechos han
incidido en mis vacilaciones. El primero es que, vía correo electrónico, una
mañana me comunicaron que no había ganado un premio de relatos. El segundo, la
lectura de Marie Curie y su tiempo, de
J. Manuel Sánchez Ron.
En un capítulo del libro, el autor comenta la reunión celebrada
en Madrid, durante el mes de mayo de 1933, en la Residencia de Estudiantes, bajo
el título “El porvenir de la cultura”. A la misma asistieron científicos e
intelectuales de distintas ramas del saber, embajadores, escritores y poetas; todas
mentes brillantes que dedicaron siete sesiones al análisis de temas tan
diferentes como la cultura, la paz, la educación y la influencia en la sociedad
de los nuevos descubrimientos de la física y la química. Todos hombres, por
supuesto. Menos Marie.
Sánchez Ron finaliza el capítulo citado con un texto
de Unamuno transmitido por la radio con motivo del encuentro, que no me resisto
a transcribir:
“La reunión del
Comité de Letras y Artes de la Sociedad de las Naciones que se está celebrando
en Madrid no puede llegar a conclusiones prácticas, sino a algo mejor, a que
nos conozcamos mejor los unos a los otros. Y a que preparemos algo más hondo que
la paz, y es un reposo que la humanidad
necesita para poder acomodar el consumo intelectual y espiritual a la
producción. Porque la humanidad civilizada sufre de una gran fatiga y de
los trastornos psicopáticos que a ésta se siguen.
Estas conversaciones
son una especie de descanso en el trabajo mismo, y el esfuerzo por unificar en
lo posible nuestros puntos de vista nos lleva a unificarnos a nosotros mismos.
España, la
España de siempre, no puede sino aprovecharse de esta obra de universalización
que es más que internacionalización.”
Cuando terminé la lectura de esta cita, volví, una y
otra vez, a la frase que he puesto en negrita, mientras pensaba en la imposibilidad
de decir algo que valiera la pena después de haberla conocido. Tras haber
descubierto que se podía decir tanto con tan pocas palabras.
Ahora, pasado un tiempo y reposadas las ideas me queda
el convencimiento de que mi escritura es demasiado rígida. Me cuesta un mundo obviarme
e imaginar; y, no importa lo que diga, la sensación personal es que siempre
digo de mí. El deseo de exactitud en el contenido me limita las formas de
expresión y me conduce a la creación de textos monocordes.
Pequeños o grandes inconvenientes
que quedan compensado por el enorme e íntimo placer que siento cuando, tras
mucho tiempo ejercitando la neurona de pensar, tras múltiples revisiones y
cambios, grandes al principio y nimios al final, doy una entrada por terminada
y la publico.