SS.
MM. Magos de Oriente
Baltasar,
Gaspar y Melchor
Cualquier
Lugar, s/n
Planeta
Tierra
Queridos Reyes Magos:
Este año he sido una niña muy buena.
Mal empezamos, porque una de las
características esenciales de las niñas buenas es la sinceridad, debido a que
aún no han tenido el tiempo suficiente como para que la buena educación les
haya enseñado a mentir.
Yo no he sido sincera, y en cuanto a lo de
buena, dependerá de a quién se le pregunte, así que volvemos al principio.
Queridos Reyes Magos:
Hace tiempo que no soy una niña, no siempre
soy buena, y hay algunos momentos muy puntuales en los que incluso me satisface
portarme mal.
Ahora sí soy sincera, así que continúo hasta
que tras leer los hechos, Ustedes decidan si me harán caso.
Es esta la primera vez que me dirijo a Sus
Majestades, porque cuando tuve edad y fe para escribir este tipo de cartas,
vivía en un barrio diminuto de un pueblo pequeño al que no llegaban los
camellos, y porque en aquellas épocas descubríamos pronto que la magia necesita
también inversión económica previa.
Empezaré contándoles que estuve en Madrid viendo
las luces con las que la ciudad obsequiará a Sus Reales Visitantes a partir de
la caída de la tarde del 5 de enero, y paseando por los pocos espacios que
dejaban libres las muchas gentes que tuvieron la misma idea que yo, de entretener
reuniones familiares saliendo a la calle, a las mismas calles, para recrear la
vista.
Por fortuna, Ustedes trabajarán mientras la
ciudad duerma; y por cierto, que les aconsejo que vengan abrigaditos, porque
han dicho en la televisión que las temperaturas bajarán drásticamente.
Les confesaré, Majestades, que no me resulta
fácil resumir mis últimos 365 días, bien porque la mayoría de hechos son
habituales y obvios, y por tanto no vale la pena aburrirles con su enumeración,
o bien porque son demasiado personales, en cuyo caso resulta aún menos aconsejable
dejar constancia de ellos por escrito.
Así que haré lo que pueda.
Como todos los años, a estas alturas me
quedan unos cuantos objetivos en el debe, hecho que no considero necesariamente
negativo, porque eso significa que ya tengo proyectos en los que invertir mis
energías en 2015.
Volví a Zumaya.
Por cierto que también de aquel viaje
pensaba yo haber escrito un diario en su momento, pero no lo hice allí, y tras
la vuelta el tiempo pasó y el proyecto también.
No. No fuimos siguiendo la estela de 8 apellidos vascos, era una larga cuenta
pendiente al fin saldada. Quiero contar a Sus Majestades la magnífica impresión
de la señorial San Sebastián, que sólo conocía por fotografías y referencias, y
debo añadir que prefiero el teatro Victoria Eugenia al Kursal, aunque Jorge no
esté de acuerdo. Decirles también que paseamos mucho por la costa, por el
pueblo y por el monte, que contemplamos los flysch y los árboles, que nos
llovió, nos mojamos y nos secamos, que compartimos dos bayleis para tres.
Por supuesto también comimos, aunque por
dos diferentes motivos yo recuerde mejor y rememore con más frecuencia dos
cenas. La primera en Orio, en un restaurante recomendado de exquisiteces
piscícolas.
La segunda, en una sociedad gastronómica,
de las que abundan por el Norte. Mientras aún le dábamos al diente, en las
otras mesas alguien comenzó a cantar; sin pensarlo y sin vergüenza canté con
ellos. Canciones antiguas, conocidas y queridas por mí, que me trajeron de
vuelta a Orejas, y me devolvieron a los momentos del parato compartido.
Por cierto, Majestades, si se lo encuentran
en algún cruce de caminos, díganle que le recuerdo siempre con su música. Yo se
lo dije aquel día y se lo repito siempre, pero no sé si me escucha.
Poco después del retorno de aquel viaje se
rompió la normalidad y debimos acomodarnos. Yo fui afortunada. Gracias a la
generosidad de mi familia descubrí Bruselas, Brujas, Gante y Amberes, me reencontré
con Roma y me enamoró.
Oh.
L’amore!
La amabilidad de este año que ya se me ha
escapado la resumiría en dos detalles, la credibilidad de algunas personas en
mis aptitudes, y mi superación de la crisis de adolescencia de los cincuenta
que, como todas las crisis, me deja el recuerdo o la añoranza del lastre
abandonado en un camino sin retorno, y la seguridad de seguir adelante con lo
puesto.
Y a mí, que siempre fui una estudiante
inteligente y una ignorante emocional, también me ha legado algunos
conocimientos imprescindibles.
Me ha enseñado el peligro de quedarme
colgada de las preguntas cuando encontrar las respuestas no depende sólo de mí,
y que hace mucho tiempo que demasiadas cosas comenzaron a deslizarse sin freno
por la pendiente.
También he aprendido que el amor nunca es
la solución, sino el origen de los problemas, y que las relaciones familiares
funcionan como el fútbol: los seguidores de un equipo interpretan cada hecho y
la totalidad en función de los intereses del club de sus amores, y los individuos
interpretan los hechos de su familia según un código único y personal de expectativas y
genuinos intereses afectivos.
En un intento de acomodar mi realidad
física a esta nueva realidad psicológica, dediqué una parte importante del verano
a ordenar mi historia digital, lo que ahora me permite encontrar las cosas sin
esfuerzo, a pesar del nefasto sistema de búsqueda de Windows 7.
Fue un trabajo arduo, por la inmensa cantidad
de posesiones olvidadas que descubrí, algunas estupendas como las cartas de
Galileo. En italiano.
También encontré un montón de Power Point, de
los que me llegaban veinte veces en los viejos tiempos de la informática, es
decir, ayer, con mensajes maravillosos que pretendían convencerme de que me
basta con quererlo para que la realidad se ponga a mis pies. Archivé algunas
fotografías y mandé todos los textos a la papelera.
Ya no los necesito. Dejé de necesitarlos un
día que me comí las ganas de llorar y taconeé con más energías que nunca.
Esta es mi actualidad, en la que desearía
que Sus Majestades posaran en mis zapatos unos cuantos agarraderos para el año
por venir.
Me vendrían bien algunas ideas para seguir
actualizando este cuaderno de bitácora de vez cuando, sin repetirme demasiado.
Quiero poder leer los libros pendientes, y descubrir otros nuevos; seguir
descubriendo películas, visitando exposiciones y acudiendo con regularidad al
teatro, aunque algunas obras me decepcionen.
El fin de 2014 me ha encontrado en
conciertos, y con Su Venia así comenzaré 2015, pero espero de Sus Majestades el
placer de la música los trescientos sesenta y cinco próximos días.
Quiero los viernes de café con Merche y
María, las charlas con Consuelito y los eventos con Montserrat, las confidencias con Begoña, las comidas con
Sonia y las conversaciones interesantes con tantas personas a las que no puedo
nombrar aquí, porque son demasiadas. También, si se tercia, con otras
distintas.
Quiero seguir enfadándome con mi familia
por cosas intrascendentes, y juntarme con ellos para comer y para celebrar cumpleaños.
Quiero hablar con mis hijos de intereses y
temas compartidos, ir a Berlín con Jorge, y volver a Italia con Guillermo.
Quiero oírle decir que soy una madre arisca, si es eso lo que piensa.
Quiero que 2015 me aproveche.
A lo que no quiero, me acomodaré sin
remedio.
¡Ah! Majestades, una última cosa. Este año
no aprenderé a cambiar pañales, no me da la gana, y no lo necesito. Espero sin
embargo que no me lo tengan en cuenta, dada mi buena disposición para otros muchos menesteres.
Para terminar, espero que disculpen la
largura excepcional de esta misiva en época tan laboriosa.
Un abrazo de camello y un año venturoso,
también para Sus Majestades,
Pilar