domingo, 14 de abril de 2013

Valentina y Framuel



Para el penúltimo ejercicio del Taller de Escritura Creativa debíamos imaginar un encuentro de nuestro personaje con cualquiera de los inventados por el resto de participantes. Todo lo demás quedaba a merced de nuestra imaginación e inventiva.
Yo elegí al que consideré que estaba en las antípodas de mi Valentina. Hombre, todavía joven, atractivo, hedonista y encantado de haberse conocido.
En “más información” encontraréis el resultado.
          Debido a su edad, y a la soledad en que vive, Valentina no tiene muchos compromisos sociales. Sólo los eventos familiares consiguen sacarla de casa. Porque tiene una numerosa descendencia presumiendo de madre, abuela, bisabuela y hasta tatarabuela casi centenaria, todos quieren hacerla partícipe de sus celebraciones, en las que siempre le reservan un lugar de honor.
A ella le joroban un poco, porque le sacan de su rutina, a la que se siente tan aficionada; pero, a cambio, le permiten seguir manteniendo el contacto con su numerosa prole biológica o política. Por eso nunca se ha perdido ningún acontecimiento, siempre que su salud se lo haya permitido.
El sábado pasado tocaba acudir a la boda de una de sus bisnietas. Clara.
Esta niña se empeñó en casarse en su lugar de residencia, con lo que el viaje se prolongó. No se podía ir y volver en el día, sino que había que buscar un lugar en el que acomodarse, al menos, durante dos noches. El traslado no fue problema para Valentina, porque su nieto mayor sigue sintiéndose su preferido, y siempre está dispuesto a llevarla donde haga falta, y a compartir con ella los momentos que el camino les prodiga.
La boda le pareció… como todas las bodas. Los contrayentes estaban guapísimos, felices y llenos de esperanza en su futuro. Y, por supuesto, se cumplieron todos los rituales del caso. Hasta el tiempo se puso de su parte, con una tarde-noche de las de disfrutar al sereno.
Compartió mesa con los novios, con su nieto y su mujer y con los padres del novio, lo que le permitió conocer un poco al que, a partir de aquel día, contribuiría a aumentar el número de miembros de su familia. Diego era su nombre.
Tras observarlo durante la comida con cierto disimulo, Valentina llegó a la conclusión de que, así, a primera vista, era un chico físicamente del montón, un puntito atractivo si bien se le observaba y, lo que le resultó más importante, que parecía buena persona y que bebía los vientos por su nieta. Después de esto, ya no continuó sacando conclusiones.
Las vestimentas casaban con la celebración; unos más elegantes y otros menos, podría decirse que, en general, ninguno desentonaba. Sin embargo, uno llamó su atención desde el principio.
 Alto y moreno de piel, con el pelo castaño, con un traje casi tan elegante como el del novio, pero con un garbo en los movimientos que le permitía superarlo en conjunto. Desde la distancia que les separaba –no más de cinco metros- Valentina fue consciente de su mirada siempre profunda, observadora y valorativa. Pero, sobre todo, su atención permanente a cada detalle podía hacer pensar que se comportaba como si él fuera el protagonista de la boda.
Preguntó quién era, y así se enteró de que se llamaba Framuel, y que era el hermano de Diego, es decir, el cuñado de su bisnieta. Valentina pensó que era diferente incluso en el nombre.
Cuando llegó la hora del café, antes de dar tiempo a que los novios se dirigieran a saludar al resto de los invitados, Valentina vio cómo Framuel se dirigía el primero a la mesa en la que ella se encontraba. Saludó a todos los allí presentes y a continuación comentó con Diego y Clara el desarrollo de los acontecimientos del día desde la llegada al juzgado.
Cuando, por fin, los novios se levantaron, Framuel se dirigió Valentina y le dijo:
-       Tú debes de ser la bisabuela de Clara. Ella siempre habla de ti. Es una suerte tener en la familia alguien con tantos años. Me llamo Framuel. ¿Qué te parece cómo ha ido todo?
-       Efectivamente, soy la bisabuela de Clara –contestó Valentina-. Me alegro de que ella siempre hable de mí; espero que bien. En cuanto a tener tantos años, sólo es una cuestión de dejar pasar el tiempo y tener la posibilidad de verlo. Ya conocía tu nombre. Y respecto de la boda, qué quieres que te diga, he ido a tantas que no deja de parecerme una más.
-       Ya –dijo él-, pero esta no es una más, es la de mi hermano. ¿Sabes? Yo creo que deberían haberse casado en otro lugar más apropiado para ellos. Les propuse el Parador de León, pero no aceptaron. La verdad es que no me hicieron caso en nada, ni siquiera se han aprovechado de los contactos que les proporcioné. Y después, el viaje de novios a París. ¿Quién se va de viaje de novios a París en estos tiempos y en esta época, estando Oceanía a nuestra disposición?
-       Joven, ¿quién se ha casado hoy?
-       Ellos, por supuesto. Mi hermano. A mí no se me ocurriría hacer semejante tontería con todas las posibilidades que me quedan por vivir. Además, me parece lamentable que Mary Wollstonecraft y todas las feministas lucharan y perdieran tanto por el camino para que las mujeres continúen todavía cometiendo la tontería de casarse…
-       Alto, alto, alto, -cortó Valentina-. Si no entiendes la diferencia entre tener que casarse para no ser una solterona y querer casarte porque quieres compartir al menos una parte de tu vida con alguien, es que no has comprendido nada del movimiento feminista. En ese caso te rogaría que dejaras de hablar de mis heroínas favoritas. En cuanto a las posibilidades que te quedan por vivir, contéstame una pregunta, ¿crees que Diego y Clara se quieren?
-       Bajo mi punto de vista –contestó Framuel- diría que se quieren incluso demasiado.
-       En ese caso, me parece que, en este momento, ellos tienen mucho más de lo que tú o yo podríamos siquiera soñar. Y ahora, Framuel, es tarde, he terminado de cenar y me parece que mis pies no soportarían el ritmo del vals así que, si me lo permites, me iré a buscar a mi nieto para que me lleve al hotel y poder dedicarme a la lectura hasta que el sueño se acuerde de mí. Buenas noches.
A continuación, Valentina cogió el bastón que siempre colocaba al lado de la silla, se levantó con los movimientos torpes y lentos de sus noventa y nueve años y salió a la terraza, sabiendo que su fiesta había terminado.

2 comentarios:

  1. Me ha encantado. Valentina con 99 años valiente y segura frente a un pipiolo sabelotodo ¡olé por ella!

    Espero que, aunque el taller llegue a su fin, sigas proporcionando gratos momentos a todos los que no apagamos el ordenador sin echar un vistazo al blog.

    Mi voto particular: AAA+.

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  2. Hola Mari Mon:

    Sé de tu elevada estima hacia mi persona. Aún me queda colgar el último trabajo del taller. Y, sí, espero que mi cerebro siga bullendo porque me consta que hay gente a la que el gusta leer lo que escribo. En cuanto a mí, escribir es una estupenda vía de escape que nunca hubiera imaginado.

    Besos,

    Pilar

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