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jueves, 21 de mayo de 2020

Las cosas, Josefina, siempre vuelven

- Esta tarde estaba leyendo una información que me afecta a partir de mañana y de manera automática he pensado “las cosas, Josefina, siempre vuelven”. Después he elaborado el razonamiento, pero la primera idea ha sido esa. Verás, por este barrio ha habido grandes cambios. Enormes cambios. Desde mediados de marzo no he ido al trabajo
- ¿No estarás mala?
- No, estoy bien
- Desde el catorce de marzo no he visto a mis hermanas
- No os habréis peleado ¿verdad?
- Que no
- Y desde el dieciséis de marzo no he salido de casa
- Venga ya, eso no me lo creo
- Bueno, tienes razón. He salido tres veces a comprar tabaco y un día fui al trabajo a recoger unas cosas
- Pero ¿no has ido al cine?
- No
- ¿Ni al teatro?
- No
- ¿Ni a los museos?
- No
- ¿Ni a las clases esas de los libros?
- No
- ¿Ni con tus amigas?
- No
- ¿Ni siquiera a tomarte un café con María?
- Qué pesada. Ya te lo he dicho. No. No he salido de casa. Ni yo ni nadie.
- Y... entonces… si no vas a trabajar no te pagarán
- Sí que me pagan, porque no voy, pero hago las cosas desde casa.
- ¿Y los papeles?
- No hay papeles. Lo hago todo con el ordenador. Te acuerdas del que teníamos en la mesa del salón, sobre la pared. Bueno, pues con uno parecido.
- ¡Qué modernidades!
- Sí, bueno, nos han venido bien. Muy bien de hecho. Además por primera vez en mi  vida desde que recuerdo  no tengo que madrugar
- Entonces estarás encantada
- Sí, eso y no tener que elegir la ropa por la mañana me gusta. Flipo con la comodidad del mismo atuendo todos los días y con el placer de acostarme cuando me da la gana. Pero todo lo demás es horrible. Hay un bicho
- ¿Qué bicho?
- Un virus
- ¿Qué virus?
- No te lo voy a decir. A ti qué más te da si ya sabes que el tuyo se llamó cáncer.
- Ya, mujer, pero…
- Muere mucha gente
- ¿Por qué?
- Por el virus. Sobre todo en las residencias de ancianos. No sé cuáles son exactamente las causas, pero la gente mayor ha sido la más vulnerable.
- Pues pobrecillos. ¿Y por qué es así?
- Pues por el virus, y por las condiciones, supongo. Y además, las circunstancias de la muerte y los entierros ¡eso es lo peor! la forma. Muertos y vivos aislados cada cual en una burbuja más o menos aislante en función de los medios. Solos en las despedidas, sin adiós y sin adioses, sin responso, sin misa, sin familia, sin un amigo. Solos el muerto y el médico. Solos el muerto y el enterrador.
- ¡Qué horror morirse ahora!
- ¡Qué horror, todo, ahora!
- Y se ha colapsado la sanidad
- ¿Por qué?
- Por el virus, por las circunstancias y por el miedo. Los trabajadores están sobrepasados por la tarea y por las condiciones. Se han paralizado seguimientos e intervenciones, se han reclasificado y reorganizado las especialidades de los hospitales, se han instalado nuevos en cuestión de días, se ha tratado a los enfermos por teléfono.
- Pero eso es imposible ¿y los que necesitan recetas?
- Pues se ha hecho. Malos tiempos para un dolor de muelas. Bueno, para cualquier dolor de los muchos que sobran. Se han cerrado todas las tiendas, menos las de los suministros imprescindibles, alimentación, farmacias y poquito más.
- Pues la economía se va a ir al garete
- Ya se ha ido
- Pero no entiendo porqué
- Te lo he dicho. Por el virus, por las circunstancias, por precaución, por miedo y por los decretos
- ¿Qué decretos?
- Los que cada vez nos iban diciendo lo que no podríamos hacer durante los siguientes quince días. No se puede salir de casa
- Tú sí puedes, tienes el patio
- Sí claro, tengo ese privilegio. Pero no hay ferreterías, ni mercerías, ni peluquerías, ni papelerías, ni quioscos, ni tiendas de ropa, ni de chuches, ni cines, ni teatros, ni bares, ni restaurantes, ni bailes, ni fiestas, ni conciertos ni... Vamos, que si te pilla esto en nuestros años jóvenes algún disgusto te hubieses ahorrado. No hay reuniones, no hay bibliotecas. Los niños no van al colegio
- ¿Y qué hacen?
- Se quedan en casa
- ¿Con quién?
- Con los padres
- ¿Y si los padres tienen que trabajar?
- Muchos no trabajan porque sus empresas están cerradas o sus labores son innecesarias. A los demás se les ha facilitado la ausencia de su puesto, al menos hasta donde yo sé.  Los estudiantes mayores tampoco van a la universidad
- ¿Y los exámenes?
- Desde casa, con el ordenador. La policía vigila que no salgamos. Y ponen multas. También hay policías de balcón, que no sancionan pero echan broncas y señalan a los que se porta mal
- No lo entiendo. Nunca he visto nada igual
- Ni yo, pero en las salidas imprescindibles hay que ir con mucho cuidadito, no sea que quien te cruzas a tres metros se crea con la legalidad moral de montarte el pollo porque opine que estás incumpliendo su interpretación de las normas. No nos podemos acercar.
- ¿Y los saludos?
- Hola y hasta luego
- ¿Sin tocarse?
- A dos metros
- ¿No se pueden dar besos?
- Sólo a la gente con la que estés encerrada. Bueno, los diarios escriben con la que convivas. Y los niños. Me tienen muy preocupada. Están en el centro de dos teorías, porque son asintomáticos elementos de contagio
- Pero si tú no tienes niños
- Ya, pero eso no quiere decir que no me preocupen. Fueron los primeros a los que se permitió salir, una escueta hora por la mañana y otra por la tarde, siempre vigilados. No pueden juntarse, no pueden compartir, no pueden tener contacto físico, no pueden jugar en la calle. Los parques infantiles están chapados.
- Pues pobrecillos…
- Pues eso, pobrecillos ¿qué te decía yo? Ahora las cosas se están relajando un poco, como no hay recreo en los colegios el recreo se ha generalizado con horarios muy específicos durante los cuales, en función de la edad, podemos salir a pasear o practicar algunos deporte. En el caso de los paseos, no más lejos de un kilómetro de distancia del lugar de residencia.
- ¿Y cómo se calcula eso?
- Pues más o menos, imagino y si no, seguro que hay una aplicación para el móvil que te lo dice, total, hay aplicaciones para todo. De todos modos, yo no salgo
- ¿Y eso?
- No me apetece
- Ya, pero ¿por qué?
- Porque es el único caso en el que soy yo la que puede decir no
- Qué rara eres
- Eso no es nuevo. Además, tengo miedo
- ¿Del virus?
- No. Del mundo. Del mundo aséptico e incomunicado de las distancias y las mascarillas, porque también tengo que decirte que a partir de mañana son obligatorias en los espacios públicos. Por eso me he acordado de ti y de mi infancia. Cual buena ciudadana que no soy pero cumple como tal, buscando en el periódico las condiciones de su uso he visto que los “protectores faciales” (con este ridículo eufemismo las citaban), serán obligatorias para los niños desde los seis años, y recomendables a partir de tres. Ya te he dicho que el tema de los niños se las trae y me trae por la calle la amargura.
- Será para protegerles del virus.
- Claro. Será por eso. El caso es que, nunca te lo he dicho, cuando era pequeña odiaba la chalina sobre la boca, detestaba la humedad producida por la respiración y sentirla después mojada y fría. Entonces no había este virus, estaban la polio, la tuberculosis, la viruela, el sarampión, la tosferina y algún dengue más del que me olvido. También hacía mucho frío para el que carecíamos de ropa adecuada. Pero teníamos chalina.
- Y más de una vez y más de dos tuve que decirte que te la colocases bien.
- Sólo cuando me pillabas porque según dejabas de verme me la bajaba.
- Es que luego las preocupaciones eran para mí
- Eso seguro. Pero ahora que las dos somos adultas casi viejas, bien podrías intentar comprender tú lo mal que me sentía yo. Bueno, ya te he entretenido bastante con las noticias del barrio, a lo mejor en otro momento te cuento más cosas, pero no es seguro. Ya me conoces.

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