Retomando
costumbres y hábitos abandonados desde el año anterior, voy con mi primera
comunicación unidireccional en este medio de expresión que, aprovechando las
nuevas tecnologías, me saqué de la manga hace ya (aproximadamente) un bienio.
Por fin
terminaron las Navidades. Otro periodo de supervivencia superado.
Por encima
de crisis de todo tipo, objetivas o subjetivas, reales o imaginarias, endógenas
o exógenas, profundas o superficiales, efímeras, duraderas o permanentes, mi
texto de hoy es un intento de rescatar las cosas que valieron la pena más allá
de estados de ánimo para olvidar, intentando obviar el hecho de que toda
posibilidad de recuento es una mentira.
Por dos
motivos fundamentales: porque la memoria sólo registró los detalles que le
parecieron importantes en su momento, y porque recordar siempre es reinterpretar
lo sucedido a través del tamiz de la totalidad de experiencias.
Empezaré por
la lectura. Lamento tener que reconocerme que, aparte de los escritores
obligados (por devoción) en el periódico de los domingos y algún artículo de mi
interés, avancé muy poquito entre las páginas de L'airone.
Del resto,
según mi percepción (variable) en el momento preciso en que esto escribo,
siguiendo mi interpretación actual de los hechos (que puede cambiar), e
intentando transcribir lo que en algún lugar de mi cerebro se encuentra grabado
(antes de que se borre), de los quince días en los que el mundo se envuelve en
una hipócrita capa de colores pastel, en mi realidad cotidiana aparecen, en
orden cronológico y por motivos varios, un aperitivo, una cena, un concierto,
una serie de televisión, un documental y una película.
El aperitivo. Por lo
inesperado y por la compañía, por la conversación y las cervezas, por no formar
parte de mis hábitos y por el buen tiempo que nos permitió permanecer en el
exterior. También, por ser el último acto libre antes de comenzar con los
ritos.
La cena. Con
algunos de los compañeros del curso pasado, me permitió comprobar que todos
seguimos al pie del cañón compartiendo intereses por la misma cultura. Y me
descubrió una vista nocturna fantástica de Alcalá de Henares desde un duodécimo
piso.
De esa noche
prefiero dejar al olvido la música y los kilómetros innecesarios, autopista de
peaje incluida, hasta el destino.
El concierto. Destacable
por la música (de Mozart a Strauss pasando por Rossini, Verdi, Borodin, Berlioz
y Tchaikovsky) y el lugar; por la compañía, la charla y las confidencias posteriores,
habituales y conocidas, pero diferentes.
La serie. Hijos del Tercer Reich. Alemana y con un
color que remite a la época, está formada por tres episodios de noventa minutos
cada uno. Pensando en ver sólo el primer capítulo comenzamos tarde en la noche;
pero, con la curiosidad y la falta de sueño como excusas, llegamos hasta el desenlace.
Cinco
jóvenes amigos. Dos chicas y tres chicos, dos de estos hermanos. Cinco vidas afectadas,
cada una de manera diferente, por el dramatismo de la época.
Uno,
teniente del ejército. Realiza su trabajo lo mejor que sabe y puede. Tras desertar vive en soledad al
margen de la guerra, hasta ser encontrado por un cerdo del que se tomará
venganza.
El hermano
pequeño. Interesado por el conocimiento y crítico en el inicio, primero pelea
para quedar al margen de atrocidades, después se adapta para sobrevivir, y
termina pagando el precio de sus contradicciones. Bajo mi punto de vista, es el
personaje que mejor representa las profundas y variadas brutalidades de las
guerras. De todas las guerras.
El tercer
chico. Con más posibilidades teóricas de morir que ninguno, diversos encuentros
con personas decentes lo conducen por caminos inesperados hasta el final.
La enfermera.
Un error de conciencia, un intento imposible de solución y una lección
aprendida. Después, el descubrimiento de que actuar correctamente puede no
servir de mucho cuando no se posee el poder para determinar el desenlace.
La artista. La
conquista del éxito a través de caminos que mezclan el amor, una buena causa y
la ambición personal, la conducirán hacia la indiferencia por el exterior, un
cierto poder y un mal cálculo de fuerzas que le cambiarán el destino.
En
definitiva, cinco pequeñas historias entrecruzadas, todas posibles en el
interior de la Gran Historia de aquella época (y de otras). He de añadir que
Jorge se pasó el tiempo de visión comentando que no le resultaría creíble la
serie si todos finalizaban vivos.
El documental. El símbolo y el cuate. Rodado a partir
de imágenes de la gira sudamericana Dos
pájaros contraatacan, me permitió sumergirme en la nostalgia y el idealismo
de mi juventud mientras admiraba la coherencia de Serrat a través del tiempo y
las circunstancias, y la capacidad de Sabina para aceptar hechos y cambios sin
tirar balones fuera.
La película. En versión
original, con un italiano RAI y una maravillosa fotografía, mientras la veía
anhelaba pasear aquella ciudad, siempre que fuese posible encontrarla en algún
momento tan desierta como aparece en La
gran belleza. Vale la pena esperar a los créditos para descubrir la imagen
panóramica que, con el protagonismo indudable del Castello Sant'Angelo, recorre sus alrededores.
Por esa Roma
aristocrática, elitista y de vacaciones, y por la vida del protagonista, van
pasando todo tipo de encuentros, reencuentros y desencuentros de personas y
personajes, nuevos o conocidos, esporádicos o habituales. Desean conocer por
qué el ahora periodista no volvió a publicar más después de su primer libro.
La respuesta
explica el título de la película.
Al margen de
este exhaustivo recuento del ocio elegido, me quedan destellos condenados a
quedar en el olvido salvo si, acaso, vuelvo a leer estas palabra.
Entre ellos
se cuentan el mensaje a Jorge por su cumpleaños, que admitiera (al final del
documental) que me adeuda el descubrimiento de las canciones de Serrat y Sabina,
y el placer muy íntimo de vivir en directo la hazaña de Irene subiendo el primer escalón de su vida.
En
definitiva: puede que, desde la distancia, las Navidades no me resulten tan
negativas.
Aunque también
esto constituya un punto de vista.