Creo que, en general y por diferentes motivos, a los seres humanos nos resulta bastante difícil expresar los hechos y los sentimientos –universales o personales- que más nos importan. El arte es una buena ayuda en estos menesteres, a través de cualquiera de sus medios de expresión. Si el medio es la lengua escrita, nos encontraremos con la literatura.
Pero cualquier lengua es mucho más que la literatura. Ellas nos permiten movernos por el mundo; comunicarnos con otros y hablar con nosotros mismos; aprender, pensar y seguir aprendiendo; condicionan la expresión de la realidad y la reflejan; con la incorporación de neologismos, nuevas formas de expresión y adaptaciones gramaticales, nos informan de cambios a través de la historia… Acompañando su evolución siempre están los cambios históricos, que recogen pero no determinan.
En la última etapa de estudiante, me encontré con el mejor profesor que nunca he tenido. Nos hacía trabajar una barbaridad pero, al final de curso, aprobamos todos: era profesor de lengua. A él le apasionaba su asignatura y a mí, que nunca me había gustado especialmente, me descubrió su belleza.
Cada idioma tiene el privilegio de expresar el mundo de una manera única y nunca podremos superar las limitaciones que este hecho nos impone. Personalmente, sólo me queda el consuelo de intentar profundizar en el conocimiento del propio.
El castellano es una lengua flexiva que diferencia el género gramatical, en el que el masculino generaliza e incluye. Nombres y adjetivos fundamentalmente, pero también artículos y pronombres, clasifican las palabras en “masculinas” y “femeninas”. Así hablamos de hombres y mujeres.
Para nombrar animales, algunas veces una letra diferencia el género (gramatical); otras sólo tenemos el masculino –añadiendo, si queremos puntualizar, “macho o hembra”-; y en otras muchas ocasiones, el femenino tiene la exclusiva.
Las cosas (que, hasta dónde yo sé, carecen de sexo) también tienen género gramatical aleatorio, determinado por el artículo y explicable por el uso y la evolución. Así, existen nombres de elementos inanimados que en un idioma son masculinos y en otro femeninos. Por poner dos ejemplos: la leche es femenina en castellano y masculina en italiano. Con los mapas sucede lo contrario.
Hace algunos años alguien decidió que género gramatical y sexo eran el mismo concepto. Que el castellano actual no era la consecuencia de la situación social y legal de la mujer a lo largo de los siglos. No. Lo que ocurría era que la lengua era machista per se.
Presiento que ese alguien también era firme seguidor de las corrientes ideológicas (supuestamente progresistas) que surgen en el imperio colonial cultural que desde hace años es Estados Unidos. Y el inglés, como todos sus eternos estudiantes sabemos, no distingue géneros gramaticales.
Terror, horror, pavor, ¿qué se podía hacer? Cambiar toda la estructura social, con los distintos intereses (incluidos los económicos), de la noche a la mañana, era impensable. Se podía intentar la imposición del inglés pero resultaría muy caro, nuestro tremendo retraso en este tema hubiera hecho difícil el objetivo y, sobre todo, no hubieran podido controlar la generalización de su uso.
Hasta que, pensando pensando… encontraron la solución: cambiar el idioma por la vía administrativa. Se inventó una forma de escribir las comunicaciones oficiales para adaptarlas a los fines buscados, y tuvimos que tragarnos los múltiples os/as (cuando no la arroba) en escritos vacíos de contenido.
Los que se consideran a sí mismo más progresistas decidieron apuntarse al carro, ir más allá y trasladar estas maneras a la lengua hablada. A partir de ahí, discursos vacíos -¿casualidad?-, deshilvanados, indistinguibles e insoportables. Y una comunicación oral aberrante. Mítines insoportables.
El otro día, Guillermo me contó que habían tenido una reunión de delegados del instituto en la que, por turnos, tenían que leer un escrito del ayuntamiento. Cuando le tocó a él, leyó lo que ponía en el papel: “los/as compañeros/as” lo expresó en voz alta como “losas compañerosas”.
Los chicos se rieron mucho. El representante del ayuntamiento que estaba presente le dijo: “lee bien”; él contestó: “estoy leyendo bien".
Enhorabuena, Guillermo. Sabes leer.